Lista de propósitos de Woody Guthrie para el año entrante. WOODY GUTHRIE FOR PRESIDENT!






Cómo matar al intermediario, por Hernán Casciari


canción triste de navidad


En provecho de todos

Este articulito (¡360 palabras!) apareció el 28 de diciembre en el diario El País, acompañando a un reportaje sobre la “revolución cultural del procomún”. Las ideas libres se van abriendo paso…
por Amador Fernández-Savater
El aire, la biodiversidad, el genoma, el lenguaje, las calles, Internet… Los bienes comunes no nos rodean. Nos atraviesan y constituyen, nos hacen y deshacen. De todos y de nadie, sostienen el mundo, son el mundo. En el cuidado y enriquecimiento del procomún nos jugamos la vida misma. Es un asunto demasiado importante como para dejarlo en manos del Estado o del mercado. Nuestro desafío es hacernos cargo en común de un mundo común.
La lógica privatizadora (patentes, copyright restrictivo, industria cultural, etc.) sólo beneficia a una estrecha minoría. Desde el crowdfunding hasta la ciencia abierta, desde el copyleft hasta las plataformas en defensa del agua, desde la Puerta del Sol hasta Zuccotti Park, una constelación amplísima de comunidades en movimiento ensayan hoy otros modos de producir, decidir y convivir. Abiertos y colaborativos, incluyentes, acogedores y sostenibles, ni estatales ni privados (aunque no necesariamente anti-estatales ni anti-mercantiles). Por y para el 99%, como dice el movimiento americano Occupy.
Pero ajenos a la belleza de la cooperación, desde arriba nos repiten que lo común es un caos y hay que regularlo, como si la alternativa estuviese entre la Ley Sinde (por ejemplo) y la guerra de todos contra todos. Hacen trampa: la constelación del procomún inventa sus propias formas de autorregulación (como Creative Commons). No autoritarias, sino horizontales, comunitarias, distribuidas. Lo que ocurre es que no tienen apenas amparo institucional, suelen ser invisibilizadas, trabadas por los marcos jurídicos, criminalizadas incluso.
Lo público-estatal sólo puede recuperar su función al servicio de las personas si deja de subordinarse al mercado y apoya los procesos de autoorganización social de lo común. Desde luego no apuntan por ahí los artículos sobre la Ley Sinde y el 15-M con los que se ha ganado los galones el nuevo ministro de Cultura. Otra vez los tópicos sobre la convivencia y la creación cultural en peligro. La torpe equiparación de la propiedad intelectual con la propiedad física y, por tanto, de la copia con el robo. Los clichés denigratorios (“nuevos bárbaros”, “papilla anarco-comunista iletrada”).
El PSOE propuso más de lo mismo y acabó como acabó. En provecho de todos, ¿por qué no atreverse a escuchar, pensar y explorar otras vías?

Hernán Casciari responde a Lucía Etxebarría


Hernán Casciari, 21 de diciembre 2011

El contador de suscripciones anuales a la nueva revista Orsai acaba de llegar a mil. En nueve días, y sin noticias sobre los contenidos o la cantidad de páginas, mil lectores ya compraron las seis revistas del año próximo. Y eso que todos saben que habrá una versión en .pdf, gratuita, el mismo día que cada revista llegue a sus casas. Repito: acabamos de vender seis mil revistas. Seiscientas sesenta y cinco por día. Veintiocho por hora.

Al mismo tiempo, una escritora española acaba de informar que dejará de publicar. «Dado que que se han descargado más copias ilegales de mi novela que copias han sido compradas, anuncio que no voy a volver a publicar libros», dijo ayer Lucía Etxebarría. La prensa tradicional se hizo eco de sus palabras y la industria editorial la arropó: «Pobrecita, miren lo que internet le está haciendo a los autores».

A nosotros nos ocurre lo mismo. Durante 2011 editamos cuatro revistas Orsai. Vendimos una media de siete mil ejemplares de cada una, y con ese dinero le pagamos (extremadamente bien) a todos los autores. Los .pdf gratuitos de esas cuatro ediciones alcanzaron las seiscientas mil descargas o visualizaciones en internet.

Vendimos siete mil, se descargaron seiscientas mil.

Si los casos de Lucía Etxebarría y de Orsai son idénticos, y ocurren en el mismo mercado cultural, ¿por qué a nosotros nos causan alegría esos números y a ella le provocan desazón?

La respuesta, quizá, es que se trata del mismo mercado pero no del mismo mundo.

Existe, cada vez más, un mundo flamante en el que el número de descargas virtuales y el número de ventas físicas se suma; sus autores dicen: «qué bueno, cuánta gente me lee». Pero todavía pervive un mundo viejo en el que ambas cifras se restan; sus autores dicen: «qué espanto, cuánta gente no me compra».

El viejo mundo se basa en control, contrato, exclusividad, confidencialidad, traba, representación y dividendo. Todo lo que ocurra por fuera de sus estándares, es cultura ilegal.

El mundo nuevo se basa en confianza, generosidad, libertad de acción, creatividad, pasión y entrega. Todo lo que ocurra por fuera y por dentro de sus parámetros es bueno, en tanto la gente disfrute con la cultura, pagando o sin pagar.

Dicho de otro modo: no es responsabilidad de los lectores que no pagan que Lucía sea pobre, sino del modo en que sus editores reparten las ganancias de los lectores que sí pagan. Mundo viejo, mundo nuevo. Hace un par de semanas viví un caso muy clarito de lo que ocurre cuando estos dos mundos se cruzan. Se lo voy a contar a Lucía, y a ustedes, porque es divertido:

Me llama por teléfono una editora de Alfaguara (Grupo Santillana, Madrid); me dice que están preparando una Antologia de la Crónica Latinoamericana Actual. Y que quieren un cuento mío que aparece en mi último libro, «un cuento que se llama tal y tal, que nos gusta mucho».

Le digo que por supuesto, que agarre el cuento que quiera. Me dice que me enviará un mail para solicitar la autorización formal. Le digo que bueno.

A la semana me llega el mail, con un archivo adjunto:

Estimado Hernán, te explico lo que te adelanté por teléfono: Alfaguara editará próximamente una antología de bla bla bla cuya selección y prólogo está a cargo de Fulanito de Tal. Él ha querido incluir tu cuento Equis. Si estás de acuerdo con el contrato que te adjunto, envíame dos copias en papel con todas las páginas firmadas a la siguiente dirección. (Y pone la dirección de Prisa Ediciones, Alfaguara.)

Abro el archivo adjunto, leo el contrato. Me fascina la lectura de contratos del mundo viejo. No se molestan en lo más mínimo en disfrazar sus corbatas.

Al cuento que me piden lo llaman LA APORTACIÓN. En la cláusula cuatro dice que «el EDITOR podrá efectuar cuantas ediciones estime convenientes hasta un máximo de cien mil (100.000)». En la cláusula cinco, ponen: «Como remuneración por la cesión de derechos de la APORTACIÓN, el EDITOR abonará al AUTOR cien euros (100 €) brutos, sobre la que se girarán los impuestos y se practicarán las retenciones que correspondan».

Pensé en los otros autores que componen la antología, los que seguramente sí firman contratos así. Cien euros menos impuestos y retenciones son sesenta y tres euros, y a eso hay que quitarle el quince por ciento que se lleva el agente o representante (todos tienen uno), o sea que al autor le quedan cincuenta y tres euros limpios. No importa que la editorial venda dos mil libros, o cien mil libros. El autor siempre se llevará cincuenta y tres euros. ¿Firmará Lucía Etxebarría contratos así?

Esa misma tarde le respondí el mail a la editora de Alfaguara:

Hola Laura, el cuento que querés aparece en mi último libro, que se distribuye bajo una licencia Creative Commons Reconocimiento 3.0 Unported, que es la más generosa. Es decir, podés compartir, copiar, distribuir, ejecutar, hacer obras derivadas e incluso usos comerciales de cualquiera de los cuentos, siempre que digas quién es el autor. Te regalo el texto para que hagas con él lo que quieras, y que sirva este mail como comprobante. Pero no puedo firmar esa porquería legal espantosa. Un beso.

La respuesta llegó unos días después; ya no era ella la que me hablaba, sino otra persona:

Hernán: entendemos esto, pero el departamento legal necesita que firmes el contrato para que no tengamos problemas en el futuro. Saludos!

Y ya no respondí más nada. ¿Para qué seguir la cadena de mails?

La anécdota es esa, no es gran cosa. Pero quiero decir, al narrarla, que no hay que luchar contra el mundo viejo, ni siquiera hay que debatir con él. Hay que dejarlo morir en paz, sin molestarlo. No tenemos que ver al mundo viejo como aquel padre castrador que fue en sus buenos tiempos, sino como un abuelito con alzheimer.

—¿Me das eso? —dice el abuelito.

—Sí, abuelo, tomá.

—No, así no. Firmame este papel donde decís que me das eso y yo a cambio te escupo.

—No hace falta, abuelo, te lo doy. Es gratis.

—¡Necesito que me firmes este papel, no lo puedo aceptar gratis!

—¿Pero por qué, abuelo?

—Porque si no te cago de alguna manera, no soy feliz.

—Bueno, abuelo, otro día hablamos… Te quiero mucho.

Y de verdad lo queremos mucho al abuelo. Hace veinte, treinta años, ese hombre que ahora está gagá, nos enseñó a leer, puso libros hermosos en nuestras manos.

No hay que debatir con él, porque gastaríamos energía en el lugar incorrecto. Hay que usar esa energía para hacer libros y revistas de otra manera; hay que volver a apasionarse con leer y escribir; hay que defender a muerte la cultura para que no esté en manos de abuelos gagá. Pero no hay que perder el tiempo luchando contra el abuelo. Tenemos que hablar únicamente con nuestros lectores.

Lucía: tenés un montón de lectores. Sos una escritora con suerte. El demonio no son tus lectores; ni los que compran tus novelas ni los que se descargan tus historias en la red.

No hay demonios, en realidad. Lo que hay son dos mundos. Dos maneras diferentes de hacer las cosas.

Está en vos, en nosotros, en cada autor, seguir firmando contratos absurdos con viejos dementes, o empezar a escribir una historia nueva y que la pueda leer todo el mundo.


De mamadas y Harry Crews

Cuerpo, libro del mes para Kiko Amat

Empecemos diciendo que este no es el mejor libro de Harry Crews, y digamos también que esa afirmación es irrelevante. Se lo pongo en forma de alegoría: Mi amigo Pol, nativo de Limerick, estuvo haciéndome la misma pregunta-chiste durante años: “Define la peor mamada que te han hecho”. Cuando yo respondía esculpiendo una mueca de perplejidad –mientras recopilaba mentalmente felaciones torpes del pasado; que me habían hecho, quiero decir, no a la inversa-, él levantaba ambos pulgares, sacaba la lengua por un extremo de la boca y, arqueando de forma imposible las cejas, exclamaba, salivando como una llama enloquecida por la pasión y respondiéndose a sí mismo: FUCKKKKKING GREAT, MAN. ¿Qué insinuaba su (nada sutil) chascarrillo? Sencillamente esto: algunas cosas son tan maravillosas que incluso en su versión más pobre conservan algo de gloria nuclear. Algunas cosas son tan grandes que no hay forma de encontrarles un lado malo. La peor zalagarda de Billy Childish es aún una gran canción para quitarse los pantalones y salir a la calle ondeándolos, como quien esgrime gallardo un baluarte de guerra. No existe un Raymond Chandler repugnante. Las caras B de The Jam son la remonda. El northern soul más chapuzas y escaso es aún vibrante y apasionado. No hay Shangri-las inescuchables. Harry Crews no puede escribir mal. Todo verdades que le anclan a uno cuando arrecia el temporal. No hay una mala mamada. Bueno, sí. Pero no me saboteen el teorema, ni me obliguen a pensar en ella.

Harry Crews lleva encima un caparazón de mito e historia apócrifa tan espeso y consistente que se antoja imposible hablar del tipo real. Muchos de ustedes ya habrán oído hablar en tabernas y lupanares de sus rasgos definitorios, tan poco escritorzuelo, tan de personaje de sus propias novelas: 27 años de karate. Ex-marine. Nariz rota por varios puntos claves. Querencia por el esbatussarse y dar taburetazos en bares (o talleres de narrativa, si le vienen provocando). Indudablemente divorciado, y encima dos veces, y para colmo de la misma mujer. Hijo de Bacon County, Georgia, un lugar tan atrasado, ceporro, hillbilly y brutal que a su lado Tres Hermanas parece Manhattan (el propio Crews afirma que de niño no comprendía por qué los modelos en los catálogos Sears Roebuck conservaban todos los dedos y ojos y extremidades; en su pueblo todo el mundo era tullido, cojo, bizco o manco). Aficionado a la cetrería (el arte de cazar con aves rapaces). Un hombre de poco reírse y nada de provocar la risa ajena (a no ser que se trate de la risa nerviosa del que se sorprende aproximándose a velocidad de vértigo hacia la paliza de su vida), y que siempre ha advertido que no se considera “una persona divertida” (algo que, francamente, ya sospechábamos). La espantosa historia de su hijo fallecido, que él mismo contó


El fin de la distinción entre economía y política (constelación Tiqqun-Comité Invisible)

(fragmento de Llamamiento)

A toda preocupación moral, a todo anhelo de pureza, oponemos la elaboración colectiva de una estrategia. Nada es malo salvo lo que perjudica el desarrollo de nuestra potencia.
Pertenece a esta resolución dejar de distinguir entre economía y política. La perspectiva de formar bandas no nos espanta; la de ser tomados por una mafia más bien nos divierte.

El llamamiento que precede a la insurrección que viene y otros textos radicales de la constelación TIQQUN-COMITÉ INVISIBLE

Desmontando a Harry (Crews), por David Bizarro (Tentaciones)

Desmontando a Harry Crews(Ilustraciones originales de Wenceslao Lamas)

Por David Bizarro, Tentaciones (El País), 5 de diciembre de 2011

Hasta la reciente publicación de Cuerpo (Acuarela Libros / Antonio Machado, 2011), Harry Crews era un completo desconocido en nuestro país. “En cierto modo, todavía sigue siéndolo”, nos confiesa uno de sus reponsables, Jesús Llorente, “pero llevamos meses trabajando para que eso cambie”. En el blog de Acuarela pueden leerse varios artículos y entrevistas que sirven de inmejorable carta de presentación para aquellos lectores que estén interesados en descubrirlo.

La tormentosa vida de Harry Crews ha sido utilizada en repetidas ocasiones como reclamo publicitario. “Era algo que nos preocupaba un poco antes de publicar el libro”, prosigue Llorente. “Teníamos miedo de que el público se hiciera un idea equivocada y que el personaje devorase al artista.” Y con razón, porque en muchos aspectos la vida del propio Crews podría confundirse con la de alguno de sus personajes. Su presencia intimidante y carácter pendenciero se traducen en una interminable lista de lesiones y cicatrices, la última de las cuales le llevó a la UCI hace un par de años. “La ira me ha ayudado en muchos momentos de mi vida y tengo que confesar (…) que me volví un ser furioso. Un auténtico cabronazo”. A día de hoy, lejos de haberse aplacado, se esfuerza por ganarle la carrera al cáncer contra el que lleva luchando durante años. Lo justo, al menos, para poner punto final a su última novela.


"Hay algo bonito en una cicatriz. Una cicatriz significa que la herida ya no te duele, que se ha cerrado y sanado para siempre"

Ante semejante carta de presentación, no es de extrañar que haya quien le considere un loco peligroso. Ellos se lo pierden porque, socavando la tosca apariencia de sus palabras, la obra de Crews demuestra un profundo conocimiento de la naturaleza humana. Sus páginas transmiten esa clase de verdad incómoda que solamente puede sobrellevarse con generosas dosis de humor negro. Y eso a pesar de que ni él mismo se considere un tipo divertido; de hecho, se ríe más bien poco y lleva tatuado en el brazo un verso de e.e. cummings: How do you like your blue eyed boy, Mr. Death?, justo debajo de una calavera.

En palabras del socio de Llorente, el traductor Javier Lucini, a la hora de hablar del autor de A Feast of Snakes (1976) “los paralelismos con Bukowski, Hunter S. Thompson y Palhaniuk son bastante forzados. En cierta medida funcionan como ganchos comerciales para vender más libros, pero no reflejan el verdadero espíritu de Crews”. No se adivina un plan maestro detrás de cada libro, sino que escribe tal y como vive, evitando repetirse y rompiendo sus propias reglas a cada párrafo. “La suya es una carrera extraordinariamente prolífica y variada. Posee una voz propia y un estilo que le aporta homogeneidad, sin importar lo radicalmente diferentes que son un libro de otro. Eso es lo que hace de él un autor verdaderamente especial.”

O un género en sí mismo, por mucho que se le suela encasillar dentro del denominado “gótico sureño”. Como el propio Crews justifica con su magistral evocación autobiográfica A Childhood: The Biography of a Place (1978), su literatura se aferra al terruño natal, delimitando una geografía personal que remite de manera perversa al naturalismo de Flannery O’Connor y Carson McMullers. Pero también al retrato, entre poético e intimista, de William Faulkner y Truman Capote; y, sobre todo, al delirante humorismo de John Kennedy Toole.


“La mejor literatura es simple, concreta y directa. Para aspirar a algo así tienes que ser preciso como un neurocirujano”

Durante el tiempo que pasó alistado en los marines, el joven Crews aprovechó para sacarle punta a su estilo mientras devoraba las obras completas de Mickey Spillane y Graham Greene. Como resultado, en su prosa conviven la ruda pulsión hard boiled y el perfil psicológico; su literatura es visceral, violenta y grotesca, pero también extrañamente tierna y emotiva. “Uno de los aspectos que más suelen sorprender de Crews es el respeto con el que trata a sus personajes”, apunta Lucini. Famoso por la amplia galería de freaks y basura blanca que pueblan su particular imaginario, Crews hace acreedores a sus protagonistas de una pequeña parcela íntima de dignidad que los eleva por encima del estereotipo y el esperpento.


“Quizá si escribo acerca de personajes masculinos enajenados, sea porque esa enajenación procede directamente de mi propia vida”

Criado en el seno de una familia de aparceros del Sur de EEUU, Crews sirvió en la guerra de Corea, fue campeón de los pesos ligeros de su regimiento y practicó karate durante más de veinte años. Como buen sureño, sus hobbies son la pesca, la caza y la cetrería. Su relación más duradera ha sido con el alcohol y los estupefacientes, y aún así (o precisamente por eso) ha tenido tiempo de escribir más de veinte novelas, un puñado de ensayos y guiones cinematográficos e impartir clases de Literatura Creativa en varias universidades.

La primera pregunta que se plantea el lector de Cuerpo (1990) es porqué ha tardado tanto en publicarse en castellano. Para Llorente, la respuesta está en las dificultades que entraña la traducción de su particular uso del lenguaje, plagado de intraducibles juegos de palabras y jerga sureña. “El reto consistía en respetar el texto original y evitar caer en los tópicos de siempre. Había que buscar un equilibrio y para eso trabajamos a tres bandas, entre Javier, Tomás Cobos y yo. Cada uno de nosotros aportamos un bagaje diferente a la traducción, buscando el término intermedio que nos convenciese a todos.”

Cuerpo - Shereel Dupont y la familia Turnipseed

"− Ricura, no te preocupes. Éstos son mis hombres, a veces son mu bestias con los desconocíos y a veces son como víboras, pero son mis muchachos, tos ellos. Y yo me encargo que me se comporten"*


De ese modo consiguieron adaptar el dialecto redneck de la manera más inteligible posible, evitando las molestas notas a pie de página que entorpecerían la lectura. Por suerte para aquellos que se acerquen por primera vez a la obra de Crews, lo han conseguido tirando de referentes reconocibles del castellano con los que ell lector español está más familiarizado: una mezcla de andalúz y manchego, mezclado con un poco del personaje de Cletus en Los Simpson. “Lo más complicado ha sido conservar el ritmo interno de algunos diálogos”, reconoce Lucini. “Existen estudios sorprendentemente académicos sobre su uso del lenguaje. Algunos de sus personajes, por ejemplo, se expresan de un modo característico, muy influenciado por el rap.”

Tras salir más que airosos del reto, reincidirán próximamente con “The Gospell Singer” (1968), la primera novela de Crews. “Estamos dispuestos a seguir adelante con la publicación de sus obras en castellano hasta donde nos sea posible, aunque somos conscientes de que no se trata de un escritor demasiado popular, ni tan siquiera en EEUU. Le rodea un aura de culto, pero sus libros no son fáciles de encontrar. Si entras en Amazon, la mayoría de sus títulos están disponibles de segunda mano, porque apenas ha sido reeditado”.

Aún así, la subversiva influencia de Crews ha hecho mella en escritores como Larry Brown y Barry Gifford y en 1989 Kim Gordon y Lydia Lunch le rindieron un sentido homenaje discográfico. Sin ir más lejos, Sean Penn y Crews son amigos íntimos desde hace décadas. El actor le dio un papel al escritor en su debut como realizador, Extraño vínculo de sangre (1991), y Crews le devolvió el favor dedicándole su escalofriante Scar Lover (1993). En la actualidad Penn es el propietario de los derechos cinematográficos de la mayoría de sus libros, pero hasta el momento sólo existe una adaptación para la gran pantalla: The Hawk is Diying (Julian Goldberger, 2006) con Paul Giamatti. “No debe de resultar demasiado fácil rodar una película sobre un tipo que se come un automóvil pieza a pieza o una panda de culturistas chiflados”, bromea Lucini.


"Todo el mundo contaba historias. Era una forma de afirmar quiénes eran en el mundo. Era su manera de comprenderse a sí mismos"

“Por suerte, la acogida del libro está siendo buena”, concluye un Llorente satisfecho. “El otro día me encontré a un tipo leyéndolo en el metro. Me fijé en él para ver qué cara ponía, si se reía o algo. Pero nada; iba pasando las páginas completamente absorto. Es curioso, porque a mí todavía me pasa lo mismo. Cuando nos llegó el libro de la imprenta, después de haberlo leído, corregido y revisado tantas veces, me sorprendió el hecho de que no podía parar de leerlo. Y eso no es algo que pase precisamente a menudo.”

* Harry Crews, Cuerpo, ed. Acuarela Libros / Antonio Machado, 2011, pág. 46