Reescribiendo la historia desde el periodismo (Kristin Ross)

(fragmento de Mayo del 68 y sus vidas posteriores, de Kristin Ross)

La dificultad de reivindicar una versión de la historia propia aparece también en un artículo de Les Lauriers de Mai que analiza la trayectoria de Libération, el periódico cuyos orígenes (“Libération, que no era un diario maoísta pero que lo habían puesto en marcha maoístas”) y aspiraciones iniciales de recoger la voz del pueblo tenían tanto en común con el colectivo que publicaba Révoltes Logiques. Con el título de “Libération mon amour?”, el artículo no pretendía simplemente analizar la historia institucional de Libération en función de las transformaciones que había sufrido el eslogan “Es justo rebelarse”, sino que consideraba el periódico mismo como un proyecto activo de escritura de la historia. “No podríamos permanecer indiferentes a la representación que hace Libération de esa historia [la del izquierdismo], que es en gran medida la nuestra”. Aunque el periódico había sido una parte fundamental de la historia del movimiento y del periodo post-68, también es cierto que estaba convirtiéndose rápidamente en un vehículo importante –si no el principal– de la representación popular de esa historia.

Con la idea de evitar el punto de vista del lector descontento, el colectivo Révoltes Logiques llevó a cabo una encuesta con cinco trabajadores de Libération, entre ellos el director Serge July, B. Mei, antiguo tipógrafo y redactor, y Philippe Gavi, uno de los autores, junto con Sartre, de Es justo rebelarse. El artículo, redactado a partir de sus comentarios, comienza presentando un veredicto: los objetivos izquierdistas-populistas del periódico de ser, como se afirmaba en uno de sus primeros números, la voz del pueblo anónimo, de la “Francia desde abajo, la Francia de las viviendas de protección oficial, los campos y las fábricas, del metro y el tranvía”, podían declararse fracasados en 1977. A continuación se analiza Libération en función de las tres cosas en las que se ha convertido: una empresa periodística, una institución cultural y un aparato ideológico. Mientras antes se llegaba al periodismo a través de la militancia, ahora se convertía el periodismo en profesión. La presión de tener que publicar el periódico todos los días contribuyó a crear una situación en la que las tareas compartidas por todos en los primeros días estaban ahora claramente demarcadas y asignadas: se había reestablecido una clara división entre edición (realizada durante el día, sobre todo a cargo de hombres) y producción (trabajo nocturno, casi por entero en manos de mujeres), al igual que se habían reinstaurado otros aspectos tradicionales de la división del trabajo. La siguiente anécdota “desde abajo”, relatada por el antiguo tipógrafo, da una idea clara de la situación:

Un día quisimos sacar cuatro páginas sobre el proceso de fabricación del periódico... No querían permitir que contáramos cómo se hacía el periódico: tuvimos que luchar, algunos incluso amenazaron con irse si se publicaba... Lo que les molestaba era la idea de que se mostrara una perspectiva en el periódico que no era la suya. Para ellos, no era un análisis político del periódico.
El momento crítico o definitorio en este proceso de profesionalización mercantil fue, según Gavi, la entrada del director Serge July en el Club de la Presse de Europe 1 en 1976. Martine Storti, que también escribió en el periódico, coincide en esta apreciación. Aunque para ella es imposible precisar la fecha de ese deslizamiento progresivo del periódico desde la militancia hacia el periodismo, sí señala la importancia del día en que July anunció que le habían invitado a participar en las conferencias de los domingos que reunían a lo más selecto del periodismo francés. Hasta ese momento, el periódico había tenido poco que ver con la “política de los políticos”.
Si una persona representaba o encarnaba Libération para el mundo exterior, Storti y otros temían que aquello abriera la puerta a un sistema de protagonismos y a otros aspectos insidiosos de la personalización. Sospechaban que la gente vincularía Libération a una cara concreta, la del “jefe” o “dueño”, figura indispensable en la cumbre de toda compañía. En esta misma época, July comenzó a publicar editoriales con su firma en el periódico; Gavi comenta: “Poner un editorial en la portada de Libération que no está firmado por el periódico sino por el director es retroceder a una forma propia de los políticos”.
Las razones de la evolución de Libération, según Storti, eran evidentes: la fatiga de vivir en los márgenes, el deseo de poner fin a la militancia y obtener un reconocimiento social, la necesidad de crear un periódico que se vendiera mejor. Pero las personas que dirigían el periódico disimulaban esta trayectoria con diversos pretextos, de modo que se presentaban como guardianes del templo que de hecho estaban demoliendo. Para finales de los setenta, cuando Storti dejó el periódico, “la fidelidad a una causa se confundía con ceguera ideológica, la acción militante con el activismo imbécil, mientras que la reconciliación con la sociedad se mostraba como una liberación de los tabúes políticos”.
La invitación que los periodistas profesionales enviaron a July era en sí misma una indicación de que Libération había pasado a formar parte de los periódicos serios, que era reconocido por otras instituciones, como señalan los autores de “Libération, mon amour?”, hasta el punto en que se esperaba que desempeñara un papel, tocando el instrumento que se le había asignado en la orquesta de la prensa francesa dominante. Todo periódico que aspira a convertirse en una buena mercancía debe cumplir su labor en la división de las competencias; Libération se especializaría en lo alternativo, lo marginal, en la tarea de crear una especie de enclave cultural para la izquierda. Su trabajo sería registrar todos los fragmentos contradictorios y caminos individuales que se emprendieron con la desintegración del izquierdismo, desde los diversos movimientos sociales de los setenta hasta el surgimiento del consenso “liberal-libertario” –según la premonitaria descripción de July de la ideología del periódico en 1978– de los ochenta.
Y como se había convertido en un periódico que únicamente recogía “información”, que describía la realidad contradictoria que observa en lugar de analizarla con vistas a transformarla, el equipo tenía menos de colectivo que trabaja para producir un mínimo de pensamiento en común que de grupo relativamente aleatorio de individualidades. Por ello, la función de la página de cartas de los lectores no era, según los autores de Révoltes Logiques, más que una excusa para encubrir el abandono del objetivo de “dar voz al pueblo”: Libération abría sus páginas a los lectores sobre todo en los momentos justos en que el periódico no quería tomar partido, cuando había un tema concreto, como la violación, que resultaba demasiado polémico, o, por poner un ejemplo, cuando la muerte de los miembros del grupo Baader-Meinhoff en Alemania causó malestar entre los redactores de Libération debido a su antigua militancia de izquierdas. Según B. Mei, los temas sobre los que era lógico pensar que el periódico formularía una opinión propia se abordaban acudiendo a la “opinión popular”:

Cuanto tienen que tomar partido, le pasan la pelota al lector. El caso de Baader fue significativo: con el fin de distanciarse y no parecer muy vinculados a ellos, ni les criticamos ni les apoyamos. Recibimos montones de cartas de lectores furiosos: de repente, se decidió sacar una página a doble cara con las cartas para reestablecer el equilibrio. De esa manera el mensaje era: emocionalmente, Libération apoya al grupo Baader, pero políticamente les criticamos.

En el mismo momento en que Révoltes Logiques publicó Les Lauriers de Mai, Serge July escribió un famoso editorial el 3 de mayo de 1978 en Libération titulado “Ras l’mai” (“Harto de Mayo”); en una entrevista, hace comentarios en los que manifiesta que el periodismo se ha convertido en el principal canal de expresión de la época, en sustitución de la literatura y la filosofía, y que el periodista es el nuevo intelectual. En una entrevista concedida en 1979, Jean-Paul Sartre, director fundador de Libération, calificó de absurda esta visión del periodismo. En la misma entrevista Sartre manifestó asimismo sus reservas con respecto al nuevo rumbo del periódico e insinuó que los problemas de salud no eran el único motivo por el que había abandonado su papel activo en Libération en 1974, como la mayoría de la gente pensaba. “Pensaba que Libération podía ser parte de mi trabajo, es decir, que trabajaría para el periódico y que sería mejor. Hoy Libération sigue publicándose. No es mal periódico...”. En cuanto al estilo, Sartre quería que se convirtiera en un nuevo lenguaje “escrito/hablado”, la traducción escrita de la lengua popular, de la señora de la limpieza, del obrero, del estudiante, mientras que el estilo resultante del periódico era, desde su punto de vista, simplemente “infantil”.
“Libération cuenta la verdad izquierdista. Pero ya no se siente que la verdad esté detrás. Hacen un buen trabajo, pero ya no se percibe la revuelta”.

Como es sabido, Libération sigue publicándose. Por contra, la duración de las tres revistas radicales de historia resultó mucho más corta. Los tres colectivos publicaron su último número entre finales de los setenta y principios de los ochenta, sucumbiendo en parte a las dificultades financieras que supone mantener con vida una pequeña publicación en un momento de cambio de las perspectivas intelectuales y políticas.
(Traducción de Tomás Cobos; ilustración de Acacio Puig)

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