LOS SITUACIONISTAS, ENRIQUE VILA-MATAS Y PARÍS NO SE ACABA NUNCA

Os ofrecemos un pasaje de la novela París no se acaba nunca, de Enrique Vila-Matas, en la que el autor, como hiciera Bryce Echenique en La Vida Exagerada de Martín Romaña, nos cuenta sus desternillantes desvelos en París, cuando vivió en la buhardilla que le alquiló Marguerite Duras, fascinado por el París era una Fiesta de Hemingway, mientras lidiaba con las fatigas de su primera novela (La Asesina Ilustrada), bajo la influencia de las ideas situacionistas.

"[...] Hablando de política, debo decir que un mes después de tomar posesión de mi chambre, mis ideas de estudiante español antifranquista ya habían cambiado y había pasado a ser de izquierda radical dura, de la línea situacionista, con Guy Debord como maestro. Pasé a pensar que ser antifranquista era ser muy poca cosa y, bajo la influencia de las ideas situacionistas, con mi pipa y mis dos gafas falsas, comencé a pasear por el barrio convertido en el prototipo del intelectual poético y secretamente revolucionario. Pero en realidad yo era situacionista sin haber leído una sola línea de Guy Debord, era pues de la extrema izquierda más radical, pero sólo de oídas. Y, como he dicho, no ejercía, me dedicaba a sentirme de extrema izquierda y punto. En realidad lo que más me interesaba era la noble idea de olvidarme de la asfixia de Barcelona y poder disfrutar, como autoexiliado, del aire libre francés. Pero no iba a tardar nada en enterarme de que era reaccionario considerarse un autoexiliado y no lo era, en cambio, ser exiliado de verdad, es decir, ser exiliado político del franquismo. Había, por lo visto, una sutil diferencia, eso al menos era lo que empezaron a puntualizarme mis espeluznantes compatriotas siempre que iba a visitarles a los bares donde se reunían y conspiraban. Era irrespirable la atmósfera que había dejado yo atrás en Barcelona, pero tanto o más asfixiante me pareció la de mis compatriotas exiliados en París (ninguno además era situacionista), de modo que terminé por dejar de ir a verles, evitando así salir siempre amargado de aquellos bares, deprimido por las obsesivas y escleróticas conversaciones en torno a qué sucedería cuando muriera Franco, agotado por la plúmbea rigidez de sus planteamientos políticos y, en fin, sobre todo desalentado por lo machacados que andaban muchos de ellos por la heroína o por el más rancio vino español [...]".





"[...] Todo lo español comenzó a quedarme muy lejos, pero también Guy Debord, que no tardó en convertirse en algo escasamente cercano, aunque continué siendo situacionista y sintiéndome su discípulo, pero un discípulo decepcionado, pues fui a ver su película La société du spectacle, ilustración fílmica de sus libros, y me aburrí profundamente, pues era un film para ser leído. En la pantalla sólo aparecían textos, puntuados muy de vez en cuando por la aparición fugaz de algunas imágenes que pretendían ilustrar el horror de la sociedad del espectáculo pero que pertenecían a películas que a mí me gustaban mucho, como Johnny Guitar, por ejemplo; sólo en esos momentos, cuando aparecían las fugaces imágenes de grandes ficciones cinematográficas, me divertía, lo que me llevó a cierto desconcierto y a distanciarme de Debord, al menos como cineasta, aunque no apostaté de su religión, seguí siendo su seguidor, no quería ser sólo un vulgar antifranquista. Todo lo español comenzó a quedarme muy lejos, salvo los amigos Javier Grandes y Arrieta, en quienes veía a dos artistas puros y, además, me parecían -no creo que me equivocara- geniales. Lo español fue difuminándose, pero en honor a la verdad hay que decir que había noches en las que el discípulo de Guy Debord regresaba triste y solo y algo bebido a la buhardilla y se ponía a leer a Luis Cernuda en voz alta y se sentía de pronto muy republicano y se emocionaba y acababa llorando con aquellos versos que decían "soy español sin ganas / que vive como puede bien lejos de su tierra / sin pesar ni nostalgia".

Así vivía yo en esos días y tal vez por eso lloraba: vivía como podía y bien lejos de mi tierra, y no sabía -¿cómo iba a saberlo?- que estaba protagonizando la novela de mis años de aprendizaje literario, no sabía mucho, a veces sólo sabía que era un español con dos gafas falsas y una pipa, un joven catalán que no sabía muy bien qué hacer con su vida, un escritor que se convertía en un joven republicano si leía a Cernuda, un joven sin ganas que vivía como podía, bien lejos de su tierra, en un París que no era precisemente una fiesta [...]".

1 comentarios:

N. dijo...

Al leer este fragmento tuve la sensación de haberlo ya leído, muy parecido, en otro lugar. Lo que recordé fue lo relatado, en aquella otra ocasión, con otro autor: Witold Gombrowicz. Allí hacía explícito un “quiero ser como él”, buen truco literario, de esos que surten efecto, pensé [pero a cambio de ser utilizado una sola vez, pienso ahora. Porque, ¿qué es eso de querer ser un día Gombrowicz y al día siguiente ser fan de Debord (o viceversa)?].

Apenas leí dos de sus libros, “Bartleby y compañía” y “Desde la ciudad nerviosa”. En seguida esa literatura, que hablaba con recurrencia sobre literatura, que coincidió con más metaliteratura, me aburrió. Y, acabé yo también formulando, en sentido contrario, una frase igual de infantil: “yo no quiero ser como Vila-Matas”. No tenía la fuerza de una declaración de intenciones, apenas había leído nada de ese escritor como para poder considerarme rigurosamente anti-vilamatiana. Se trató más bien de una sensación creciente que llegué a comprender una tarde, casi primavera, mientras paseaba por Barcelona. Me vi alzando la vista a los edificios de una calle poco frecuentada, teniendo una mirada muy de esteta, casi literaria – tranquilamente podría haber estado en París, haber salido de mi buhardilla hacía sólo un momento, actuando yo también como el protagonista de una novela. Fue sólo un instante, enseguida descendí -tan cansada como yo estaba-, de nuevo a aquella ciudad de verdad, la Barcelona en la que nos seguían domesticando y en la que nos habían pegado -más que nerviosa, para mí había sido, antes que nada, policial. Comprendí entonces por qué había dejado de leer literatura que hablaba sobre literatura, porqué no me servía aquel refugio, por qué me resultaba ajena aquella vida mediada que me ofrecía la literatura burguesa, aquella simulación. Lo pensé y, en parte, lo sigo pensando de ese modo.

Lo que me confunde aún ahora es esa recurrencia de Vila-Matas (que veo también aquí), del "quería ser un escritor no-español" que utiliza al relatarse/fingirse al comienzo de "Gombrowicz en seis horas y cuarto".

¿Pero no son ya, por defecto, los autores de otro lugar, apátridas hasta donde duele y en todos los sentidos? ¿No es ésa la razón que hace posible, al mismo tiempo, ser, sentir y comprometerse, en cualquier lugar? ¿Y no es lo contrario el monólogo encerrado e interior?

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